Por Laura Baeza.
Hacer una lista de recomendaciones nunca es tarea fácil, como “recomendador” eres víctima y verdugo: que si solo pusiste a tus amigas, que si no lees autores con temática no sé qué o de tal ola, que si esto es muy blanco, que por qué tan fresa, que dónde están los poetas, que esto, que lo otro… en fin, nadie queda contento. Pero yo sí estoy contenta con muchas de mis lecturas. Este año me propuse leer más, entonces, a mayor cantidad de libros leídos, mayor cantidad de recomendados.
Este espacio es para platicarles cuáles me han fascinado de enero a abril y por qué. No les voy a “desrecomendar”, si uno o muchos no me gustaron simplemente no los mencionaré. Y en términos medios, hay muchos que sí me gustaron pero para no hacer esto interminable e insufrible, seleccioné solo 10.
Esto no es una canción de amor, de Abril Posas (Paraíso Perdido, 2020).
Ya sé que van a decir que la recomiendo porque es mi amiga y nos alegra la vida con su conocimiento. Soy afortunada: tengo una amiga que escribe súper chido. Las virtudes de esta novela son muchas: gira en torno a la música con la que crecimos los de los 80s y 90s, habla de lo que uno espera ser cuando es muy joven y lo que termina siendo, trata el duelo de manera muy personal, ya que se centra en la relación de la protagonista con su madre fallecida, y coloca a los millennials, que antes nos creíamos la cereza del pastel, en un lugar que no tiene nada de especial, como nosotros mismos. Pueden dedicarle un fin de semana a esta novela y será un fin de semana muy bien aprovechado.
Ellas Hablan, de Miriam Toews (Sexto Piso, 2020).
Cuando nos quejamos del sistema lo hacemos desde nuestro sitio y nuestros privilegios, en mi caso, el de la libertad de expresión. ¿Qué pasa cuando perteneces a una comunidad en la que no puedes decidir sobre nada? ¿Un entorno social, étnico y religioso donde se te ha negado incluso el derecho a leer y escribir? Hablar del abuso sexual ejercido por los propios miembros de la comunidad menonita donde se desarrolla esta novela basada en hechos reales, es dolorosísimo. Tuve que pausar la lectura varias veces por la rabia que provoca leer esto. La novela me hizo cuestionar mi círculo privilegiado: hay quienes soportan no por gusto (nadie soporta por gusto), sino porque no existe alternativa. En el caso de estas mujeres, las alternativas tampoco son las mejores, pero deben tomar una decisión pronto, sin poseer todas las herramientas para hacerlo. Este es de los libros que tienen que estar de boca en boca y de mano en mano.
Las malas, de Camila Sosa Villada (Tusquets, 2019).
Supe de esta novela y de Camila cuando dieron el fallo del Premio Sor Juana 2020. Entré a ella sin saber más que eso, y desde el primer momento me arrebató la energía, el sueño, el tiempo; no pude soltarla. Camila es una mujer travesti que narra su experiencia como sexo servidora en una provincia argentina, lejos del glamour de las capitales y el status social. Ella es acogida por un grupo de travestis lideradas por la Tía Encarna, y entre todas las chicas que se reúnen en el parque a trabajar construyen algo similar a una familia: se defienden, se pelean, se odian, se reconcilian, porque son ellas ante y contra el mundo. Es una novela fantástica en más de un sentido, la llegada de un bebé, El Brillo de los ojos, también despega los pies del suelo de varios de sus personajes (en sentido real y figurado). La literatura real es esta, la que se narra desde la experiencia, el dolor y la esperanza.
Los caballeros se quedan a descansar, de Mariana Orantes (ISIC, 2018).
Mariana es una muy buena ensayista, ya lo demostró en La pulga de satán, pero este libro, sin duda, deja al lector pensando en una banca o en cualquier silla de la casa, cansado de ir entre el enojo, la preocupación, la desesperanza, la ira, el desconsuelo, y es que no se puede salir indiferente de una lectura que nos confronta con la terrible realidad de la violencia, el abandono y la impunidad. Estamos tan familiarizados con la violencia y con echar la culpa a la víctima, que estos ensayos nos sacuden porque nos damos cuenta de lo horrible que puede ser cada uno de nosotros, pedacitos de sociedad y partícipes de la descomposición colectiva. Hay que comprender muchas cosas, tantas, que no podría enumerarlas, por eso los invito a empezar por este libro.
Ansibles, perfiladores y otras máquinas del ingenio, de Andrea Chapela (Almadía, 2020).
Literatura especulativa, literatura de género, ciencia ficción, no sé, soy muy mala para la terminología, sobre todo cuando una obra va más allá de las etiquetas. Este libro de cuentos me confirma lo que ya sé y todos tendríamos que tener en mente: el ¿alma? humana se (d)escribe mejor desde la ciencia ficción. Los cuentos que componen Ansibles tienen como eje principal la presencia de la tecnología en las relaciones interpersonales, los sueños, el deseo, la realidad que cambia de un momento a otro de la misma manera que pasamos información de un dispositivo a la nube. Este libro me gustó porque así veo el presente, es más una fotografía del hoy impersonal en el que nos desenvolvemos que de un futuro caótico. Si una autora tan joven escribe con esta fuerza y precisión, ya me urge que nos transportemos al futuro para leer lo que escribirá en veinte o treinta años.
Cometierra, de Dolores Reyes (Sigilo, 2020).
A los latinoamericanos nos unen, principalmente, la lengua y la búsqueda de los desaparecidos. El dolor recae en los familiares: si se hallan los restos, no se halla al asesino; si se halla al asesino, no se imparte justicia. Es así aquí y en todas partes, por eso esta novela es tan poderosa, porque aunque duela, queremos saber quién los mató, cómo, en qué circunstancias. La protagonista tiene el “poder sobrenatural” de saberlo solo con comer la tierra del lugar donde fue hallada (o levantada) la víctima, pero este poder también es una maldición, la de quien no quiere dormir porque ve muertos en todas partes y esos muertos piden ayuda. En un país donde cada terreno baldío podría ser una fosa clandestina, esta heroína no se percibe como tal, sino como una adolescente que no lleva una vida normal ni podrá tenerla nunca. En esta novela hay una identificación que va más allá del tema de los desaparecidos, porque indaga en el miedo, el hastío, no pertenecer a nada porque ya no se tiene un lugar, ni una familia, uno se va quedando sin nada. Quizá sufran, quizá lloren a leer, me encantaría que así fuera.
Los hombres me explican cosas, de Rebecca Solnit (Capitan Swing, 2017).
A todas, ¿no? Supe de este libro por un podcast, lo leí apenas lo encontré y, en cada capítulo, exclamaba ¡es cierto, maldita sea, es cierto! Solnit hace una (no sé si decir) mordaz crítica al sistema patriarcal en el que nos desenvolvemos y que incluso ha intentado absorber al feminismo por medio de la apropiación. Da risa porque es cierto, y debería preocuparnos que se tome a la ligera. ¿Nos suena mansplaining? ¿Nos suena que alguien quiera explicarnos cosas relacionadas con nuestros cuerpos y procesos psicológicos o naturales cuando ni siquiera es igual a nosotros? ¿O que se ponga en duda la capacidad de una autora para hablar de un tema en el que, oh por Dios, es experta? Solnit es colaboradora en importantes medios de Estados Unidos, por lo que celebro que este conjunto de ensayos hayan tenido una gran visibilidad entre lectoras de revistas, blogs, libros y prensa.
Padres sin hijos, de Hiram Ruvalcaba (UANL, 2021).
¿Pensaban que solo iba a recomendar autoras? Pues no, porque hablo de algunos de los libros que quiero que todo mundo lea. Padres sin hijos es un conjunto de cuentos que hablan sobre la paternidad sin colocarla en el nicho de los progenitores buenos y abnegados o trata de apalear al caballo muerto (dejemos ese tema de lado, por favor); en mi opinión, estamos hartos de la literatura de los resentidos porque la paternidad, como la maternidad, es un asunto de matices en el que no puede haber o muy buenos o muy malos, y cuando los hay, vale la pena contar sus historias. Es lo que hace Hiram. Este libro obtuvo un importante premio de cuento, lo leí a la par de otros libros del mismo género y continuaba pensando que Padres sin hijos levantaba el listón muy por encima de varias cosas que he leído hasta el momento.
Procesos de la noche, de Diana del Ángel (Almadía, 2017).
Si pensábamos que el tema de los estudiantes desparecidos no nos compete porque no los conocemos, no formamos parte del sector involucrado, o pensamos que eso fue hace tiempo en algún otro lugar, estamos terriblemente equivocados. Nos corresponde porque la impunidad es moneda corriente en la mayoría de los casos de violencia ejercida desde el Estado, la burocracia tiene sus propios tiempos que nos son ajenos, el criterio de muchos funcionarios de inverosímil e incluso provoca una risa nerviosa por lo absurdo y el dolor de una familia es el mismo para todas. Con entereza y la mirada crítica del periodismo, Diana de Ángel narra el calvario de la familia de Julio César Mondragón, joven normalista asesinado, al intentar esclarecer su muerte. En la medida que conocemos detalles del caso la desesperanza crece porque comprendemos que no habrá impartición de justicia ni reparación del daño; y un libro así ayuda a tener cierta empatía, al menos a mí me ayudó a entender que ninguno de nosotros es inmune a que la desgracia personal sea indiferente para las autoridades.
Páradais, de Fernanda Melchor (Random House, 2020).
La tan esperada novela de Fernanda ha llegado, ya está aquí. Después del éxito de Temporada de Huracanes, lectores y detractores, todos, queríamos leer la nueva novela que se perfilaba como un éxito literario. Puedo señalar lo obvio: la mayor virtud en la obra de Fernanda es la construcción de una historia con meta historias a partir del lenguaje, que es su herramienta más poderosa porque la usa como pocos narradores. ¿Cómo lograr que la oralidad alcance momentos en los que el lector puede sentir que le falta el aire intentando seguir lo que dicen sus personajes? Del mismo modo que sucede en la vida real, cuando hablamos del acontecimiento más importante de nuestra vida y la tensión está en cada palabra precisa, que son hilos en una red que no deja escapar nada. Hay violencia, desigualdad social, crímenes, problemas de familia, por supuesto, pero esos solo son los ingredientes de un platillo que a mí me pareció increíble.