Reseña de Promising Young Woman

¿Les pasa a veces sabequé modo que andan todas inquietas, dando vueltas en la cama, en la silla, en el sofá, mientras lavan los trastes, cuando esperan pagar en el Oxxo antes del que está por recargar 8 teléfonos diferentes, cuando platican con las compas porque ya es difícil ignorar ese gusanito que ya es una pinche solitaria de seis metros convulsa desde que se instaló en su entraña cuando empezaron las denuncias en redes sociales durante el MeToo aquí en el rancho?

Hagan de cuenta una: que si mejor ya se queda una sin amigos, que qué tan difícil es cortar de tajo con todos los mencionados, que cómo lidiar con el aftermath, como le llaman los gringos, de todo el cagadero.

Porque sí fue necesario y hubo mucha catársis, pero pos el cuerpo ya está cansado de tanto desahogarse y nomás nover pa dónde seguirle. Y entonces, ándale, que me pasaron el zelda para ver Promising young woman (Emmerald Fennel, 2020).

Miren, yo sé que esta cinta ha tenido un impacto en prácticamente todas las personas que ya la vieron. Ya se hicieron coloquios al respecto, y con mucha razón, porque la historia que Fennel escribió y dirigió está hecha, supongo, gracias a esa falta de cambio estructural que pensamos iba a llegar con este sistema patriarcal que, chin, tenemos también arraigado en nuestros cuerpos a pesar de ser cuerpos de mujeres.

Promising young woman (que acá le pusieron Hermosa venganza, y casi me infarto hasta que vi la película y como que pensé «buéh, así como que muy desatinada, muy desatinada no estuvo la traducción porque ¿qué es esta recarga de energía que tengo en las venas?») es una bien redactada y argumentada carta a todas las buenas personas. Especialmente a los hombres buenos, esos que van a un bar con los compas a hablar de negocios y ven a una hermosa chica hasta los huevos y lo primero que piensan es que qué bárbara, cómo se expone así, sola, con tanto animal en las calles, y luego se andan quejando, ayno, lupe, y luego abre las piernas como si nada, pero mira que está bien buena, caray, y se acercan a ella porque quieren llevarla a su casa sana y salva, pero resulta que en el camino está antes su departamento, y pues ya encarrerado el ratón, un trago más y que sea lo que dios diga hasta que la chica, ebria que ni se puede poner de pie por ella misma balbucea acostada en la cama «¿Qué estás haciendo?» arrastrando las consonantes mientras el salvador mete su cara entre las piernas y le tiene que preguntar de nuevo que qué hace y que qué hace y qué hace hasta que hay un cambio en el timbre de su voz y ahora sí dice sin tartamudear: QUE QUÉ ESTÁS HACIENDO, CARNAL y entonces el wey ya levanta el rostro con miedo en los ojos

¿Dije que es una carta? Puede leerse como una amenaza, ya saben, del mismo modo en que el sacerdote dice desde el púlpito que si no se sosiegan se los va a cargar el payaso, aunque en este caso es una hermosa joven en un traje de enfermera sexy (porque por fin les va a dar una cucharada de su propia medicina, ¿sí se entiende?) con peluca de colores y nada de misericordia. Y es que si no me creen que estamos viendo a una suerte de ángel vengador, vean la imagen que acompaña este texto: está ahí durante toda la cinta.

Fennel, que también dirigió la película, quiere que esta carta también le hable a los otros chicos buenos, quesque los de verdad: los que son buenos-buenos porque nunca han violado a nadie y aman cabrón a su novia, a la que le dedican posts románticos en Facebook. Y también es para las morras chidas, que nos burlamos de otra en un video, un GIF o una imagen que pasó por distintas plataformas sin tregua. Que no hicieron nada si escucharon los gritos de ayuda. A los vatos que se saben canciones pop cursilonas y no temen a bailar en los pasillos de las farmacias, y que son atentos, y médicos y graciosos y enamorados y la excepción a la regla.

Porque todos son excepción a la regla, EXCEPTO cuando la despedida de soltero debe incluir stripper y el pasado en el que destruyeron a una joven estudiante de medicina es un pecado de la primera juventud al que tienen derecho el olvido. Pero es que en verdad casi nadie olvida. Y es también el aftermath, como dicen los gringos, de una denuncia —esa que siempre exigen cuando una mujer señala el abuso o violencia de cualquier tipo que un hombre ejerció sobre ellla—, que pone sobre la mesa otro pedo: eso de que una supera todo y de promising young woman se convierte en amazingly achieved mature woman es tan raro, como que la fiscalía haga caso a un caso de desaparición en Jalisco.

Por allá andan unos de quejiques porque la película promueve la violencia en contra de los hombres. Es como si de alguna manera Fennel se hubiera adelantado al escribir el personaje de Paul cuando le grita a Cassandra (y a todas nosotras, honestamente), absolutamente amargado y dolido, «¿¡Por qué tienen que arruinar todo!?» cuando se da cuenta de la terrible verdad. A mí me dio la impresión de que habla más bien de lo fácil que la tiene la gente que mira al otro lado cuando el promising young man abusa de la who cares youg woman, que la rabia es más amarga si viene de la impunidad y que Carey Mulligan puede interpretar lo que le dé la gana.

Also: jamás creí que Bo Burnham, que tiene un especial de comedia todo buenas vibras llamado Make Happy (Netflix), sería una gran adición a este casting espectacular de una cinta de dulce, dulce venganza que claro que tenía que acabar como acaba porque de haber sido lo contrario tendrían que clasificarla como una obra de fantasía.

Spoiler: lo contrario es con final feliz. Yo la vi pirata, ustedes pueden verla en el cine porque, a diferencia de otras (cofTENETcof), se merece la visita con cubrebocas para apoyar por estas historias incómodas con Mulligan y covers fabulosos de «Toxic». No mata la solitaria de la entraña, aunque si vieran cómo la apacigua un ratito, la condenada, con todo y que ustedes saben, yo sé, todos los sabemos, cuando terminen de leer esta actualización de estado le van a dar scroll-down a su muro y se van a encontrar la foto de una mujer desaparecida, la foto de un cabrón denunciado por violación o la narración de un feminicidio todavía sin responsables.

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Por Abril Posas

(Guadalajara, 1982). Estudió Letras Hispánicas pero no se tituló. Ha escrito el libro de cuentos El triunfo de la memoria y la novela Esto no es una canción de amor, publicados en Paraíso Perdido. Ha colaborado en antologías de cuento como autora y traductora, en revistas y blogs. Anda en bici. Le gustan los gatos. Y la cerveza, el queso y el pan, así que ya hizo paz con que jamás volverá a ser talla chica si quiere seguir siendo feliz. No entiende por qué hay gente que considera a Timothée Chalamet un galán consumado si ya existe, por ejemplo, Jon Hamm.