Después de pedir un frappuchino sabor licor de café, me dispuse a leer un conjunto de fotocopias de John Berger. (Achis achis). Las fotocopias son un género literario que él mismo inventó. Son una especie de narración corta, que tiene tintes de ensayo literario, económico, que hace uso de la descripción para lograrnos envolver en una historia que tiende a dejarnos con las ganas de continuarla por cuenta propia. (Todo esto lo aprendí hoy en la clase no se me alebresten.)
Fue en la cafetería de la librería del fondo de Cultura Económica la JoseLuisa donde sucedió todo. Mi pluma desapareció. Ya no estaba: Fue lo que pasó por mi mente en la fracción de segundo antes de que escuché el plástico rebotar en la rampa del estacionamiento de la librería.
-¡NO…!- Suspiré. No fue un no puro, sino de aquellos que van acompañados de susto y terminan en coraje.
La pluma cayó paralela a la pendiente. (¿O será más bien perpendicular?) El caso es que me recordó a aquellas veces en las que un niño tiene un carrito, o a un amigo gordito, vamos, algo redondo y lo deja caer con suavidad sobre la rampa, en la parte más alta para comenzar a gritar cosas como: “¡Mira como rueda!”, “¿Hasta dónde llegará?”, “A que te gana el mío”.
La pluma empezó a rodar y un automóvil estacionado amenazó con perderla bajo sus negros escondites.
Siguió rodando hasta que para mi sorpresa paró sin explicación alguna, como para que la recogiera y así pudiera escribir esta especie de crónica.
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