El restaurant para ellos dos. La duela oliendo a bosque cálido. Los dejaron en puertas opuestas. El horno para pizzas ya ardiendo.
Cada uno encontró en la entrada una nota que decía: “lleva puesto sólo esto.” Y así fue como el perchero cargó prendas íntimas por primera vez. La madera estaba hinchada, el horno propagó el calor que sintieron al pisar con la suela al descubierto.
El crujido de la leña fue la guía que hizo que se encontraran. Al verse solamente con un mandil encima, se excitaron. En realidad ya habían pensado en la posibilidad de que el otro estuviera en su mismo estado. Más aún, ya venían excitados desde el momento en que les confirmaron su cita, pero al verse, el fuego se hizo carne y la carne se marinó en deseo.
Su estado se hizo notorio a la luz del fuego. Con el abrazo sintieron la dureza y suavidad de un roce dulce y carnal.
Por un momento pensaron olvidarse de la cena para entregarse sobre la duela. Y lo siguieron pensando por más tiempo, pero no.
Mejor amasaron la harina, hasta que jugaron con ella y se la untaron en la piel.
Cuando el la tomó entre sus brazos, su espalda al descubierto se erizó.
Abrió las palmas y bajó un poco. Luego sintió los costados y subió tocando la piel al descubierto. Sintió las sensuales curvas y pretendió controlarse al acariciar los hombros.
Luego volvió a abrir las manos y rozando el cuello metió los dedos entre su cabello.
Ella inmóvil, sintió cómo se mojaba su entrepierna. La primera lágrima de placer cayó a la duela.
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