25 de julio de 2007
Hola catarino!
Hace mucho que no te cuento de mi vida. Resulta que el día de hoy me acompañó mi madre al Ortodoncista. Óscar ya estaba listo pero antes debían sacarme una radiografía. Hace un par de años que no iba al consultorio a pesar de lo que dicen de hacerse revisiones semestrales. Hablamos de ese tipo de cosas, que en México no se tiene una cultura preventiva.
¡Debiste de ver lo que antes era la sala de espera! Ahora lo convirtieron en la sala de las radiografías, el gran aparato, además de blanco estaba conectado a una computadora. Fue un poco incómodo que me tomaran esas fotos, pero lo impresionante fue verlas en el monitor. Obviamente ya no son negativos y el sonido que provocaban las plásticas impresiones al sacudirlas ya no existe.
Una vez que la asistente le dio el visto bueno a las terceras, Óscar me hizo sentar en el reclinable. Me pusieron una gran servilleta, como las que cosía mi Abuela pero de papel. El doctor, como le decimos, se colocó los guantes y comenzó a anestesiarme.
Una fina especie de jeringa, ya conocida por mí desde la infancia me adormeció un lado de la cara. No te asustes no me inyectó los cachetes, sino la encía, bordeando la primera de las cuatro, de un lado y luego del otro. Con una especie de taladro mecánico, manualmente comenzó a encajarlo, para luego retirarlo. Me viene a la mente un vino tinto descorchándose. Mi muela del juicio era el corcho y mi sangre fue el signo de celebración como cuando uno destapa una bebida añejada por años. Me emocioné. Se emocionó mi mamá que se encontraba al lado mío diciendo que era un valiente mientras el doctor contaba chistes.
Así las otras tres. Entre jaloneos que no se sentían y una buena cantidad de anestesia perdí unos gramos de peso. Luego te cuento catarino como me empezó a doler y como me deshice de las encharcadas gasas.
Siempre tuyo
Luis.
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