Iba pedaleando y casi al llegar a la oficina escucho: ¡Teoooooo! – unos weyes gritándole a alguien que iba caminando. De nuevo insisten desde su carro: ¡Teeeooooo!
Y que volteo a ver al wey y traía una colita como la de Teo González. – Pobre bato, para qué habrá elegido ponerse una colita como la de Teo – pensé.
Están arreglando la calle donde está la oficina, así que medio carril está clausurado. El de la colita siguió su camino pegado a la banda de precaución y así lo hice yo también. Lo rebasé, me subí al balcón del local y enfrente vi cómo un trabajador se empezó a extrañar al ver pasar al de la colita. Dejó de hacer lo que qué se yo estaba haciendo para gritar: ¡Teeoooo!
Ya se le iba el sujeto, ya casi llegaba al final de la cuadra, cuando el trabajador convenció a los demás de dejar de hacer lo que qué se yo estaban haciendo para gritar y chiflar: ¡Teeeeeeooooooo!
Ahí fue cuando al voltear, Teo González saludó a todos con una sonrisa, antes de perderse en la siguiente callecita.
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