Chapultepec se convierte en una gigantesca alberca rectangular cada vez que llueve, y los automóviles en pequeñas lanchas malacostumbradas a la sequía tipo Chapala. Nada más llueve un poco y hasta les hacen playa. Con algo de suerte el sol se asoma y los adoquines juegan a ser granos de arena mientras los homeless usan bikinis amarillos.
No me iba a llevar el automóvil para que estacionarlo entre las olas fuera una faena: no tengo licencia de lanchero. Mi automóvil apenas es un pequeñito barco de papel al que no le da la gana aventurarse al azar de las tormentas.
El que sí tiene licencia para tripular una lancha, un tractor, incluso una avalancha, es mi hermano; y a diferencia de mi pequeño auto origami, a su camioneta le encantan los conocimientos de embarque. Además, les aseguro que mi hermano pasó el examen de estacionamiento de muelle en dos movimientos. Suavemente, mi capitán designado me arrimó al taller y yo me sentía ligero. No quise llevar mas que una pluma y una moneda de 5 para pagar mi transporte de regreso, fondo de cristal incluido.
Primera clase y todo un gusto conocer a los nuevos integrantes. Pero… ¿Y los que dijeron que vendrían? ¿Vendrán en la siguiente ocasión?. Y los que no quiero que lo hagan, ¿Será posible que las letras los hayan ahogado?. Lo único seguro el día de hoy es que la mesa está muy llena y eso me alegra, pero también me preocupa.
La tarima sobre la que está la mesa de nuestra reunión es una isla que seguramente no se formó para semejante sesión. ¿Quién determina el tamaño de las tarimas para los expositores respecto al resto del auditorio? Muchas veces el público no se merece tanto espacio, y otras en cambio, minimizar al pobre orador debería de ser la regla.
Propongo a los diseñadores de auditorios que se inventen uno dinámico, donde la altura de la tarima y la majestuosidad del podio sean directamente proporcionales a la habilidad persuasiva del expositor.
El caso es que en esta sesión tanto el público como los expositores estábamos sentados en la mesa pocas veces elegante que nos sirve para ensayar en vivo. Apenas caben la mesa y las sillas, el espacio que hay para mover el cuerpo no concuerda con la flexibilidad con la que ejercitamos la mente, y las sillas están al borde de un precipicio de unos 30 centímetros mismo que olvidamos conforme van fluyendo las ideas. ¿A qué altura un pequeño barranco se convierte en precipicio? Cuando lo que está en riesgo son las ideas cualquier socavón se convierte en un despeñadero.
Aventurándome al filo de la muerte para que los que faltaban por llegar pudieran ocupar más espacio y menos miedo, eché con valentía y sin titubear mi silla hacia atrás un par de centímetros y vi algo que me dejó helado: ¡Era mi moneda de 5! Seguramente la habré tirado al reclinarme cuando algún sujeto me empujó a recordar los orígenes del Ensayo Literario. Mis compañeros reincidentes no me hicieron el favor de acompañarme a la primera sesión y mientras mi mente carburaba, tuve que echarle la bolita a la única que se dejó.
Mi moneda de 5 estaba al lado de la pata izquierda trasera de mi silla. ¿Cómo iba a regresarme sin mi moneda? ¿La tomaré así como así? Son preguntas que me hice y no precisamente a modo de ensayo, en donde se reflexiona sin prisas y charlando entre amigos. Tuve que resolver de manera astuta y ágil, si no quería pasarme la sesión pensando en la maldita moneda.
Se verá muy obvio tomarla, pero es mi deber regresar sano y salvo a la casa. ¡hace tiempo que olvidé cómo nadar!
Hice lo que siempre hago cuando estoy en confianza, saqué todas mis cosas de los bolsillos y las dejé con sigilo encima de la moneda. Terminó la clase y recogí todo como si nada.
La ruta 626 me llevó de regreso y en tiempo récord. Es increíble la forma en la que se puede leer dentro de un gran barco, los mareos son casi imperceptibles. El capitán supo sortear los obstáculos que se le atravesaban y el tráfico marítimo le tuvo tanto respeto que lo dejaban pasar como si no les importara llegar nunca a su destino.
Llegué a casa e hice lo que siempre hago cuando estoy en confianza. Saqué todo de mis bolsillos y entre las llaves salió una moneda de 5.
Jos Velasco
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