Cuando Internet se puso de moda, a mi tía le enviaron rosas a su correo electrónico.
—¡Ahí aparece una rosa!— señalaba el monitor a quienes miraban sorprendidos. No tener que mantener a las flores hidratadas para conservar su frescura fue una gran ventaja para la agricultura. Como no se marchitaban en pocos días —ni en muchos— la gente cultivó una amistad con ellas: es el tiempo lo que hace a tu rosa importante, diría El Principito.
Cuando cumplía meses con mi novia le compraba flores, aunque esto después se convirtió en una obligación. Una acción obligada como los abrazos en navidad o en el día del ingeniero. Con la costumbre perdí el gusto por comprar flores y finalmente perdí a mi novia.
¿Han comprado flores sólo porque sí? Así debería de ser: olerlas en la florería, platicar con la empleada, explicarle que las quieres “nada románticas”, más bien alegres; como “de amistad”. —¿Ya compraste las flores?— es la pregunta del personaje interpretado por Meryl Streep en la película Las Horas.
Fue quizás la novedad, lo que hizo que a mi tía le pareciera tan atractiva aquella rosa virtual. Recuerdo que a nadie le importó que estuviera casada, tampoco que recibiera flores de un extraño, menos que no se celebrara alguna ocasión especial; era un día y hora cualquiera cuando revisó su buzón y la generación espontánea de bits en forma de amor nos deslumbró.
De las cartas de papel con rosas secas prensadas dentro de una buena novela, quedan muy pocas. En estos días es probable que una flor o un ramo adorne, apenas, una de las estrellas en el paseo de la fama hollywoodense, como la de Michael Jackson. Las demás se reciben vía Twitter en un mensaje de 140 caracteres, máximo.
Gracias a la Web “romántica” las cosas han cambiado. ¿Visitar sorpresivamente al prospecto amoroso? Seguro no es conveniente: con las tendencias de la Web se nos etiquetaría de acosador si no corroboramos mediante el mensajero instantáneo la agenda de la cita.
¿Redes sociales? ¿Porqué no? Lo de hoy es más sencillo que nunca: primero, hacerse amigo virtual del prospecto, luego, convertirse en conocido virtual, hasta transfigurar en conocidos —por lo menos en las fotos de los eventos sociales— y, en algún momento inexplicable, enviar un mensajito virtual. Con suerte reafirmarán su amistad para —posiblemente— relacionarse. ¿No les parece de lo más romántico?
Un amigo virtual se toma el derecho de enterarse de todo tipo de nimiedades. Ya sea porque otros contactos las publiquen (nos etiqueten), o porque tengamos el orgullo, descaro, estupidez o inocencia de publicarlas. Eso de poner en tu estado tu situación sentimental y que el sistema notifique a tus conexiones —nueva forma de “pasar la voz”— es un ejemplo de lo lejos que puede llegar el exponerse.
En las redes sociales todo se trata de fortaleza, honor y lealtad. Mediante un clic se pueden borrar amistades o adquirir nuevas, tan fácil como eso. Lo mejor de todo es que a menos de que se trate de una conversación en tiempo real, no se impone la obligación de contestar con una rosa.
Creo que es bueno acercarse a la tecnología pero con cuidado, por enterarnos de novedades que ni entendemos bien olvidamos lo sencillo que puede ser estrechar una mano. Las relaciones humanas son complicadas, no las enredemos más. Llenar una necesidad de comunicación y de “ligue tecnológico” al estar conectados la mayor parte del tiempo no es precisamente el mejor enlace humano.
Se inicia con una conexión que cada vez se vuelve más lejana, impersonal y restringida: ¿Cuál es tu teléfono? ¿Cuál es tu celular? ¿Cuál es tu messenger? ¿Cuál es tu myspace? ¿Cuál es tu blog? ¿Cuál es tu facebook? ¿Cuál es tu twitter? ¿Cuál es tu rosa?
Jos Velasco
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