Y en su rostro se dibujaba una infinita sonrisa.
El hombre que de la vida, todo lo sabía, después de fingir no saber aquella fórmula de la hoja de cálculo, después de pedírsela al aprendiz que contrató, después de eso sonrió. Sonrió al recibirla a los cinco minutos de haberla pedido y hacer sentir al joven, que había salvado el día.
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