El diciembre casi se va y el frío que cala en los huesos ahuyenta las ventas por una semana y es cómplice de los inventarios.
Solitario como un ratón, intentando hacer un respaldo en el cuartito del servidor de la empresa, que es un cubículo con un foco mal acomodado, que ni sirve, (no servía desde mucho antes de que yo llegara) en el piso de arriba, en donde normalmente están los vendedores, ahí de repente, sonó el teléfono.
¡Ring! ¡Ring!
-¿Bueno? (Una voz femenina contesta)
– [.. …. ….. .. ……..]
-¡¿Que qué?! (A la voz incrédula, no le había caído el veinte.)
-[…] (Silencio.)
La voz se convirtió en llanto. Del más amargo y triste que se le puede escuchar a una dama. Desesperante, atragantador, convierte a toda la empresa en un río lagrimoso, los gritos vuelven a gritar en ecos desgarradores, los cubículos no existen, la empresa es un cubículo de carne viva.
….
….
-Licenciado, (Entre sollozos, sobraban las explicaciones) mi madre acaba de fallecer…
Deja un comentario