¿Ustedes han notado que en México se hacen buenos documentales? Especialmente los que tratan de esos casos de violencia e injusticia que parecen sacados de una historia de ficción y cuyos protagonistas, en la mayoría de los casos, resultaron muertos, señalados sin argumentos o, peor, libres a pesar de ser culpables. Que si las Tres muertes de Marisela Escobedo, Hasta los dientes, La tempestad, La libertad del diablo, Familia de media noche, 1994… y con excepción del tercero, los que nombro están en Netflix, así que están a la manos de millones de suscriptores que quieran sentirse desolados por las cosas que suceden ahí nomás, quizá a la vuelta de la esquina, sin que nadie haga nada.
Será la calidad de los documentales la razón por la que las series de ficción que se producen en el país, para Netflix o para donde sea, decidan irse por narrar las peripecias del mirrey por antonomasia o la aparente disyuntiva de que sólo existen dos (nomás dos) tipos de madre o dramas adolescentes que quieren jugarle a Euphoria, pero apenas llegan a Élite.
Y pues está bien, porque si existen es porque hay público para consumirlas y, la neta, ¿quién es una pa juzgar? Sin embargo, cuando te enteras que Fernanda Melchor está involucrada en un proyecto que gira alrededor de la masacre de Allende, basándose en el reportaje que se puede leer en español acá mero, pos hay emoción y mucha anticipación y ya quieres que se estrene y te la chingas en un domingo porque no hay autocontrol ya.
¿Ustedes ya la vieron? Somos es una historia basada en un hecho real tan terrible, que uno esperaría que hubiera tenido una repercusión social, mediática, política, cultural tan importante como cualquier suceso que pueda etiquetarse como masacre. Pero como es muy fácil perder la historia entre otras que ocurren al mismo tiempo en todo el territorio del país, y tenemos la capacidad de atención de un perro en medio de un bosque rodeado de ardillas, lo que ocurrió en Allende en 2011 pudo ser novedad para los que nos agobiamos por las pendejadas de nuestra vida diaria —que cuando ocurren pos no son pendejadas, hasta que las vemos a la distancia. Algo que, por ejemplo, no pasa con acontecimientos como la que retrata esta serie: no, no fue una pendejada—.Y, como no es una pendejada, tiene un equipo detrás de cámaras que no tiene poca importancia. Para empezar, Schamus, que es el creador de la serie, fue co-presidente de Focus y productor de varias películas de Ang Lee; Melchor, que muchos ya conocen por su Temporada de huracanes, y un par de guionistas que incluyen a la responsable de Casa de las Flores y Alguien tiene que morir (inserte su opinión sobre esas dos series aquí). Vaya, la cosa no es pequeña en su producción, que, la neta, merece una narración de este calibre.Pero hay algo que se queda corto.
No es la historia, porque al tomar los testimonios que aparecen en el reportaje que les dejé allá arriba pa que se lo chuten antes de la serie los usaron como un mapa para mostrar todas las facetas de Allende (los chavitos fresa de la escuela privada que juegan americano, el vato al que nunca le saldrá nada bien y por eso se acerca al narco, la familia de toda la vida de Allende que ve con miedo cómo cambia la orografía del pueblo, la abuela que se encarga de todo para proteger a su familia, los bomberos a los que les prohibieron pagar fuegos, etc). Tampoco son los personajes necesariamente, aunque a veces parece que todos hablan igual pero sin el acento norteño (a ver, a ver, ¿qué pasó ahí?) y son muy parecidos a otros que hemos visto en las novelas de Fernanda (¿es esto malo, o estamos simplemente conociendo un estilo reconocible, así como la marca de los personajes de Sophia Coppola, Quentin Tarantino? Discutamos en grupos de tres), porque creo que sí van a involucrarse con más de uno, ya sea desde su propio patetismo (Ay, Paquito ) o la lucha por la sobrevivencia que empieza desde antes de que un soplón le avise a los federales mexicanos que hay un soplón con los federales gringos que ya puso dedo al 40 y al 42 que va a desencadenar una ira y violencia que uno espera de El Tuco porque es de a mentiritas.
¿Pos qué es, entonces? Yo le echo la culpa a los actores. Y, quizá también, a la dirección. Porque neta que sí hay tensión, y hay símbolos y motivos narrativos, hay ganas de contar una historia que hable de la gente que se convirtió en cadáveres sin que las autoridades movieran un sólo dedo. Pero también hay unos chavitos que bailan la quebradita, beben chela y se dicen cosas con el mismo miedo que tendría yo frente a una cámara. Tons, pos la dirección ahí le falló, porque si decidieron tomar gente que va empezando o que eligieron por su conexión con el territorio (algo así como Ya no estoy aquí, pero a lo bestia), ¿cuál es la intención de masacrar los guiones, de arruinar escenas entre alguien con experiencia y otro que apenas mueve la boca para hablar? Ya sé: ¿y yo a quién le gané? A nadie, pues, nomás me da poquita rabia que una serie que ¡por fin! no es una heredera de los culebrones de televisora va a tomar otro tono casi se cae a pedazos.
A veces pienso, ¿y por qué mejor no lo hicieron documental? Tan perrones que quedan aquí en México. ¿O ustedes qué creen? En fin, está en Netflix, pero por favor lean el artículo antes, porque yo creo en mi fuero interno que si no conozco los testimonios reales antes de verlos interpretados débilmente en la serie, no la acabo. Se los juro que es una historia que debe contarse, que debió producirse y que debió tener el talento que ya tiene. Nomás que tuvo que ser parejo frente a las cámaras también, pues U_U