¿Se acuerdan que les encantaba un refresco en la niñez, y ahora que están todos ancianos y quejosos-anticancelanciones-ciaticosos-mechacorta (como yo) lo añoran con desesperación y entonces se lo topan en una tiendita, se compran una botella y al darle el primer trago es como la mismísima hiel? Pues eso es lo malo de pasársela recordando que algo era bueno y luego ir de pendejo a intentar revivirlo (con la comida, la música, los viajes, los edificios, los exnovios, etc): generalmente va a ser un desastre. A mí me pasó con las hamburguesas Buffalo (de acá de Guadalajara), famosas por ser obscenamente grandes y, por lo que me sucedió cuando regresé 20 años después, asquerosas. Otra memoria destruida. Esa es la razón por la que, cuando la vi en el catálogo de Prime, dudé un poco antes de ponerle «play» a El orfanato (J.A. Bayona, 2007)
Esta película la vi en el cine junto a un ex con el que le neceé mucho. Lo bueno es que siempre fue un snob del «cinemá», como dicen los chavos que saben de esto, así que no la arruinó, sino que hasta la disfrutamos. Y en ese entonces, que veía mis 30 tanperotanlejos (como ahora *llora en casi cuarentona*), me sumergí por completo en esta historia sobre una adulta que fue huérfana en su niñez y al crecer se vuelve pudiente y compra la casa donde vivió con otros niños de igual suerte. Donde además estaba uno que era el incomodito: Tomás, que siempre andaba con una máscara siniestra hecha de tela de costal (?). Una figurita bastante macabra, sobre todo si te la encuentras a mitad del pasillo de una casona a la que le rechina todo 30 años después, cuando se supone que debería estar, al menos, convertido en un adulto con máscara siniestra.
Laura, que así se llama nuestra protagonista, fue la primera niña del orfanato en ser adoptada (es que era güerita, la nexpa), y ahora de grande regresa el favor creando un espacio para morros con mala circunstancia y hasta adoptando un hijo, Simón, junto a su esposo, que además no sabe que no son padres biológicos y que él, SPOILER, tiene HIV. Aunque no lo crean, todo es risas y diversión, pero entonces aparece Tomás para a intentar hacerse amigo de Simón, arruinarle la imagen que tiene de su vida y chismearle que se va a morir pronto.Una chulada.
Ahora, El orfanato, que fue producida por Guillermo del Toro, no confía solamente en los sustitos fáciles que provoca un infante que se siente DEMASIADO cómodo en la oscuridad, sino que también agrega elementos de la literatura infantil *cofPetercofPancof* para crear la historia de un grupo de huérfanos, la que era como su hermana mayor y la tragedia que, de tan corriente, habitual, casi estúpida pero creíble, te rompe el corazón acelerado.
Mentiría descaradamente si dijera que todos sus elementos envejecieron bien. No me refiero al cambio de pensamiento, sino a los efectos, el maquillaje, algunos movimientos de cámara: Aun así, el guion está muy perro, y hay ciertas secuencias que están dirigidas para usarlas de ejemplo en clases de cine. Se los juro, y yo nunca exagero, a diferencia de cierto militante morenista.
Otra cosa: ¡Édgar Vivar! Ah, recuerdos. Cuando terminé la película hace unas semanas me dio gusto haber ignorado al miedo de la nostalgia. En esa ocasión no estaba tan equivocada, lo que me regresó la fe en que a veces, A VECES, algunas cosas del tiempo pasado que están bien escritas-actuadas-dirigidas-producidas si fueron/son mejor.Como ya dije: está en Prime.
Y en su servicio de streaming piratero favorito.Para cerrar, los dejos con una cita y una imagen:«Un… dos… tres… ¡toca la pared!»