Algunos aspectos de este mundo tienen elementos que se repiten en todos los niveles. Siempre son los más pequeños, pero también los más significativos. Quizá porque son los que se mantienen igual para cualquier persona, en cualquier estrato social, de cualquier contexto. En serio: no es pregunta, no es necesario que vengan a decirme que la risa —el gesto de la risa, que no las causas de la risa— tiene connotaciones políticas cuando hablamos de la explosión de carcajadas y el dolor de estómago cuando alguien se rinde a ese momento. Es decir, a lo que se siente, no por qué.
Y pues eso pasa también con la muerte, con lo que sentimos con la pérdida y las medidas de escape que buscamos para sobrellevarla. Hay ciertos capítulos en las series que consumimos que tienen mucho de eso, aunque no siempre tienen el valor (o incluso la intención, a pesar de que es difícil no relacionarlos con el duelo) de expresarlo con todas las palabras «Es que este personaje acaba de morir», y me vienen a la mente la primera vez que aparece la madre de Homero —que ya he hablado antes de eso— que él creía muerta, pero entonces ella lo cree muerto y regresa, intentan recuperar un poco del tiempo hasta que al final es momento de despedirse otra vez, y también pienso en el último capítulo de Michael Scott en la versión gringa de The Office, que tiene todos los elementos de la muerte de una persona que agoniza hasta que un día parece que se va a recuperar: la gente se ocupa en festejar los buenos tiempos (la fiesta de la despedida), se hacen planes a futuro (el almuerzo al día siguiente), ¡hasta hay quien se da el lujo de hacer otras cosas, con la seguridad de que habrá oportunidad más tarde! (Pam yendo al cine mientras Michael pregunta por ella cada diez minutos). Hasta que entonces se cierra el micrófono, se avanza a la sala de espera del avión y se pierde a la distancia. No me digan que no sintieron, cuando por fin Pam lo alcanza y no escuchamos lo que se dicen en el adiós («Sé cuánto odias que la gente haga esto en las películas», le dice Troy a Abed al oído en otro de estos capítulos, esta vez en Community), que fue como cuando alcanzaron a soltar a alguien que pensaron estaría para siempre con ustedes.
Esa es la razón principal por la que puedo decir, sin miedo a la exageración, cuánto me gustó Wandavision (Jack Schaeffer, 2021).
Y eso que es del universo Marvel. Lo aclaro porque la verdad estoy hasta la cola de esta estrategia de contenidos (Scorsese, dixit) que, muy lejos de buscar nuevas maneras de contar las historias que ya fascinaron a millones de lectores de cómics en el mundo, gasta demasiado dinero para darles la comida digerida directo en la boca a sus seguidores. Así que los tienen acostumbrados a estas megaproducciones revisadas mil veces por un equipo de marketing que no espera hacer enfadar a nadie, tal como la corporación que aparece en The Boys.
Y aunque Chris Evans quizá no sea tan diabólico como Homelander, sí se siente igual de plástico. Todo esto lo digo porque quiero que quede claro que cuando acordé ver la serie con Gus no me sentía particularmente emocionada.
Sin embargo, la miniserie fue una bocanada de aire fresco entre la aroma dulzona del resto de las películas de los Avengers. Por fin vimos un producto, que eso es al final de cuentas, en donde se le permitió a los escritores explorar distintas posibilidades. Sí, basados en los cómics originales y plagado de guiños para ese fandom tóxico que cree que se merece una estatua por aferrados, pero con un toque de creatividad que permitió que los que estamos hartos de todo eso nos divirtiéramos genuinamente. Mientras los marvelios (¿cómo chingados se autonombra esta gente) discutían teorías sobre si Mephisto, el ¿anhelado? cruce con los X-Men o qué pasaría con White Vision, el equipo de guionistas se metieron con un tema incómodo que no siempre se toca bien en series familiares: la muerte.
Ojalá este tipo de tratamiento se le diera a más personajes de Marvel. Y lo voy a decir: ojalá que fuera con los personajes fe-me-ni-nos de Marvel, porque parece que los únicos que merecen profundidad son dos o tres vatos, aunque uno de ellos no tuviera ya una película para él solito, y Capitán Marvel sí (la heroína más meh de la historia). Desde el inicio tenemos que ir descubriendo qué es lo que ocurre en el universo de Wanda, en el que ya sabemos (y si no, lo mencionan) que Vision murió ya dos veces frente a ella cuando la gran batalla contra Thanos, y que esa vida de pareja, luego de familia, incrustada en los escenarios de las comedias de situación clave de Estados Unidos, puede ser un escape, una prisión o el infierno: ya lo vio morir dos veces, ¿por qué verlo una vez más? That’s just cold.
Lo mejor de todo es que las respuestas están ADENTRO DE WANDAVISION y no en las tres mil teorías que se tejieron y con las que especularon aquellos que no les gustó el final porque ni salió nadie de los X-Men y no se hizo mención a Mephisto. Lo que quiere decir que, cuando Marvel quiere contar una historia para esculcar en los modos en que un personaje —que ya tiene un pasado establecido y comportamientos, que ya se mueve solo, pues— podría reaccionar ante un momento doloroso de su vida, lo hace. ¿Que se hace mejor en una miniserie de 9 episodios, en lugar de una película de dos horas con 10 actores de alto perfil que se pelean por tiempo en pantalla? Pues: ¡duh!
Los primeros capítulos son un teatro de extrañeza que juega con formatos icónicos prestados y recuerdan a esa sospecha que sientes cuando vez un capítulo de la Dimensión Desconocida. Luego, los siguientes añaden un poco de ese sabor dulzón del universo Marvel que los fans exigían justo a tiempo para calmar ese reclamo de «es que ño entiendoooo». Y los últimos se encargaron de entregar algunas líneas golpeadoras que removieron los sentimientos hasta de los más reacios. Wanda no puede escapar de ese mundo de posibilidades que se inventó para consolarse por la pérdida de Vision, y al mismo tiempo va a tener que dar el primer paso para superarlo y reconocerse como la poderosa bruja que es. Aunque tenga que ser por la fuerza de una enemiga que quiere quedarse con su magia, probando que a veces lo que se necesita es una bofetada con la mano abierta y no una palmadita en la espalda.
No sé si a alguien le parezca un error en la trama, pero esa aparición del «hermano» de Wanda para casi olvidarlo al final me deleitó por una alegría malsana: les dieron atole con el dedo y todavía siguen en el berrinche como los niños que son.
En fin. A quien no le guste tanto el universo Marvel, le va a gustar Wandavision. Adorará al personaje de Kathryn Hahn, disfrutará con los homenajes televisivos, la torcida solución de una bruja que todavía no reconoce su grandeza. Además, entenderán de dónde viene uno de los memes que andan rondando por acá últimamente.
Lo más cabrón es que una cosa no podemos olvidar: cuando es momento de dejar ir, ni los súper héroes se salvan. ¿No es eso maravilloso, que tenemos la oportunidad de dejar de fingir que son seres que deben tomar decisiones que definen el curso del universo, porque al final el dolor se siente igual, privilegios o responsabilidades a parte?
Y de mí se acuerdan si no se les atora el aire mientras contienen esas espontáneas las lágrimas cuando Bettany dice en acento inglés con su dulce voz: «But what is grieve, but love persevering?».
*cries in rumano*