Supongamos que te has dado el tiempo, has tomado el concurso como una meta, te dedicaste un año (o dos), fuiste a sacar tus copias, llegaste a la paquetería con las manos sudorosas, tuviste incluso el cuidado de no poner tu nombre real en el remitente, sino el seudónimo que elegiste para concursar y después de esperar pacientemente la fecha de dictamen, llega el día, abres la página y no ves tu nombre.

¿Será que no sirves para esto? ¿Qué carajo? ¿Quién es ese cabrón que te robó tu premio? Es posible que te dediques el resto del día a stalkearlo, que te deprimas y consideres la idea de que lo tuyo no es escribir. Tal vez seas muy ecuánime y te digas: seguramente esta persona escribe mucho mejor que yo, y luego salgas a beber con tus amigos y repases mentalmente todas las deudas que pensabas pagar con el bendito premio y eso que habías pensado comprar… en fin, todo lo que se te escapó de las manos.

Quizás te convenzas de que todos los premios están arreglados, o asegures a gritos que nadie sabe apreciar el verdadero talento, mientras bebes trago tras trago. Al amanecer, con una cruda espantosa, volverás a preguntarte: ¿será que no sirves para esto?, ¡¿qué carajo?! Si tu trabajo lo merecía, si le dedicaste tanto… ¿qué pudo haber pasado?

A continuación, te comparto algunas de las conclusiones a las que yo he llegado:

a. El manuscrito es bueno, pero no es del gusto de los jurados; el arte es subjetivo, y no escribir como le gusta a los autores elegidos para dar el fallo, no significa que tu libro sea malo.
b. El manuscrito estuvo en la mesa de discusión, fue finalista, hubo quien peleó en esa mesa por el libro, pero la mayoría se impuso y tú jamás te enterarás, porque los detalles de esta reunión nunca serán publicados.
c. El manuscrito nunca llegó a manos de los jurados, porque quienes dan el fallo no leen todos los manuscritos: no podrían, son demasiados. De modo que hay pre-jurados que hacen una selección para hacer llegar a los jurados finales una cantidad razonable, y de buena calidad. Pero, ¿qué tal si un pre-jurado andaba de malas? ¿si no es de su gusto lo que escribes? ¿si no hizo bien su chamba?
d. El manuscrito no tiene el perfil para el concurso. Es buenísimo, pero el tema y el estilo no van con lo que los convocantes buscan. Enviaste una novela existencial y lo que estaban buscando era literatura de la onda, joven, grosera, con lenguaje de calle y evidentemente escrita por alguien diez años menor que tú, lo sentimos mucho.
e. Participaste en un concurso para una editorial (Alfaguara, Anagrama, TusQuets, Planeta), donde generalmente el ganador pertenece al catálogo: se trata de elegir a uno de los suyos. Sin embargo, hay esperanza. No como ganador, pero sí como finalista o mención. O al menos eso nos decimos algunos, pensando en Antonio Ortuño.
f. Algo falló en el formato: los primeros manuscritos eliminados de un concurso son los que no cumplen con los criterios básicos como el número de páginas, los que tienen datos de más o de menos. Si algo se te pasó, o no le diste importancia, tu magna obra terminó en la caja de los que no leyeron bien la convocatoria.
g. Tu libro no era malo, pero sí había uno mejor, uno que escribió esa persona que ganó. Quizás no es mejor autor que tú, pero la obra que mandó sí supera la que tú has mandado. Eso no significa que debas quemar tu manuscrito… significa que debes de volver a concursarlo en otro lado.
h. Tu libro es malo. Sí, duele, pero el dolor nos hace crecer. Leer de nuevo nuestro trabajo, después de un sano tiempo de duelo, nos puede dar perspectiva: efectivamente, es malo. Pero darse cuenta ya es un paso: ver los errores significa que puedes superarlos, corregir el libro, rescatar los pedazos o enterrarlo.

Si eres escritor, lo cierto es que no habrás esperado el dictamen con los brazos cruzados y has estado trabajando en algo nuevo, creciendo en el oficio y aprendiendo cosas nuevas. Ya no eres ese autor que escribió un libro malo. Eres otro y estás escribiendo algo más, algo mejor, algo con lo que volverás a intentarlo o probarás otros derroteros, porque los concursos literarios no lo son todo y hay otras maneras de dar a conocer tu obra.

Así que bebe, llora, grita, vomita tu odio y reniega de los jurados, de los concursos, del maldito ganador. Pero vuelve a sentarte y escribe… mientras sigues mandando el manuscrito a un par de concursos más, por si acaso es chicle y pega. ¿Quién se ha ganado el melate sin comprarlo?

Créditos de la imagen que ilustra este texto: La balsa de la Medusa de Théodore Géricault.

Concursó y ganó… para impetuosa, Cecilia Magaña.

Escribir para un concurso literario… y perderlo
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